Aunque este blog siempre busque temas curiosos o poco difundidos de la
cultura clásica, también nos gusta buscar, explicar y comentar la continuidad
histórica desde la antigüedad del mundo romano en todas sus vertientes. Existen
temas o curiosidades que, aunque no estén estrechamente vinculados con nuestra
temática habitual, consideramos que vale la pena explotar por su naturaleza especial.
Hace unos meses hablábamos de curiosidades etimológicas en el origen de los nombres de los
días de la semana en el mundo mediterráneo, en el mundo nórdico y las
relaciones entre ellos.
Hoy recurrimos al mundo del cómic para satisfacer la curiosidad sobre un
objeto conocido por todos en el mundo de los druidas.
Muérdago cortado con una hoz de oro, pescado, aceite de roca y langosta son
algunos de los ingredientes más famosos jamás vertidos en el caldero celta más
famoso del mundo de la ficción. Dichos calderos se volvieron icónicos de la
cultura celta gracias a los cómics de Astérix, colección creada por René
Goscinny y Albert Uderzo en 1959. En cada álbum, la aldea de los irreductibles galos
se libra del dominio romano de Julio César gracias a la receta secreta, “que solo
puede ser transmitida de boca a oído de druida a druida”, de la poción mágica
que les otorga, de manera temporal, una fuerza extraordinaria. Así, el mundo
del cómic explica el famoso arrojo de los bárbaros ante el enemigo romano.
Dicha poción y su inseparable caldero, siempre personajes secundarios, llegaron
a dar título a un álbum completo. Pero hoy los tomaremos como tema de este blog
desde su auténtica realidad histórica y arqueológica.
En la cultura druida del bronce final, extendida por casi todo el norte de
Europa, los calderos estaban relacionados ritualmente con el agua y los
banquetes, pero también y de forma muy obvia con los ritos funerarios. En la
edad de hierro prerromana, hallamos en toda Europa depósitos de ofrendas votivas
metálicas en calderos. Estos calderos estaban ubicados en ríos, lagos,
pantanos, manantiales y otros lugares acuáticos (el agua era sagrada para
aquellos pueblos; signo de fuerza vital y de poder curativo) y a menudo eran
contenedores de ofrendas rituales, quizás relacionados con la cotidiana cocción
de la carne y del alimento diario. De hecho, en los mitos galeses e irlandeses
los calderos son símbolos de abundancia, regeneración y también de renacimiento.
Algunos calderos religiosos eran enormes; uno hallado en Jutlandia en 1952,
roto deliberadamente, tenía una capacidad de 600 litros. Contaba con una escasa
decoración de unos búhos en sus asas y
de las figuraciones de cabezas de toro en su borde. Hipotéticamente, podía
pertenecer a un santuario y no a un núcleo familiar. En cambio, el caldero de
Ballyedmond fue reparado en diversas ocasiones antes de terminar bajo el agua
entre el s. I a.C, y el I d. C. Se puede pensar que este último sí empezó
siendo un caldero familiar de uso cotidiano.
Pero no despreciemos las fuentes escritas, aunque tardías: el conjunto de
narraciones medievales galesas llamado Mabinogion, cuyo primer redactado parece situarse en el s. X d.
C., retrata parcialmente la cultura y las tradiciones precristianas. En el
segundo relato o Rama del Mabinogion, se describe un caldero mágico de un lago
irlandés que tiene el poder de resucitar a los guerreros muertos. El mítico
caldero de Annwn (el Más Allá en
Irlanda y Gales) era atendido por nueve vírgenes, aunque dicen las leyendas que
contaba con mente propia; quizás por ello no cocía nunca la comida de un
cobarde, devolvía la vida a los muertos o la comida que en él se cocinaba no se
terminaba nunca.
Los verdaderos y reales calderos arqueológicos galeses o irlandeses de la
edad del hierro fueron hallados, como no, en terrenos acuáticos, sumergidos,
depositados o lanzados junto a otros objetos metálicos como ofrenda votiva para
ganarse el favor de los dioses. Estamos en el año 600 a. C. aunque algunos de ellos
aparecen en facturas fechadas por lo menos 100 años antes.
Quizás el caldero más curioso encontrado hasta el momento sea el del
pantano irlandés de Altarte Glebe, realizado de una sola pieza en madera de álamo.
El enorme caldero de Duchcov, en Bohemia, (hallado en un manantial que gozó
de intensa actividad religiosa en el s. III a. C.) estaba repleto de joyas de
bronce. Algunos quisieron explicarlo y apuntaron a un culto femenino, pero lo cierto
es que en el mundo celta hombres y mujeres lucían y apreciaban las joyas de
bronce por igual.
A diferencia de los anteriores, depositado en un lugar seco en Jutlandia,
seguramente en el s. I a.C. se encontró el caldero más bello, elaborado y rico
de los calderos celtas, el caldero de Gundestrup. De gran capacidad, elaborado
en placas de plata dorada, está profusamente decorado con imaginería mítica
prerromana de variada influencia y temática. Cuenta con figuras con torques, serpientes con
cuerpo de carnero, ruedas vinculadas a divinidades solares, motivos y temas que
pueden hallarse en el mundo galo de época romana. Es evidente que no se trataba
de un objeto corriente ya en su época; quizás llegó a Jutlandia como resultado
de un saqueo de un santuario druida del sur y fue entregado como ofrenda en
ritual a los dioses de vencedores. No falta quien cree que se trata del caldero
que contenía la sangre de las víctimas de los sacrificios o las comidas
rituales, reforzando así la idea de que era propiedad directa de los druidas.
Ahora nos toca a nosotros imaginarnos a Panorámix frente a un caldero de
plata (no de oro) bellamente decorado, cocinando o con las manos manchadas con
la sangre recogida de las víctimas de un sacrificio. Sinceramente, prefiero
conservar la imagen amable de la ficción entrañable del mundo galo de Astérix.
BIBLIOGRAFIA
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