Es fácil comprender que el paso del tiempo sea diferente para los dioses que
para los mortales, eso no significa que no fuese motivo de preocupación para
los teóricos del origen y del funcionamiento del universo durante la
antigüedad. En las siguientes líneas nos ocuparemos de cómo entendían el tiempo
los antiguos griegos y romanos, a la par que entenderemos un poquito mejor la
figura mitológica de las Horas.
Para empezar, hablemos de otras figuras míticas relacionadas con el paso
del tiempo, como Aeternitas, que,
representada con una figura femenina, era entendida desde el sentido político
como el deseo imperial romano de perpetuación de su sistema político. Aparece
en monedas con túnica y manto sosteniendo la esfera del cosmos y en ocasiones
un velo estrellado, cabezas del sol y la luna, una antorcha, una cornucopia o
acompañada de un ave fénix. Sin embargo, esta no fue la primera divinidad de
este tipo (básicamente concepto divinizado) en aparecer.
Siglo o Saeculum era representado
como varón con corona solar, y simbolizaba un “periodo largo de tiempo de
duración indeterminada”, una generación, quizás, que si es positiva será frugiter o aureum. Año o Annus, sin
una representación concreta, puede aparecer como un joven coronado con frutos o
portando una cornucopia.
Estos dos últimos aparecieron tardíamente durante el periodo romano. Desde
nuestra perspectiva puede resultar extraño, ya que a nuestra cultura le
obsesiona el cálculo exacto del paso del tiempo.
Los meses (menses en latín) aparecen
en un vaso ático del 375 a.C. representados como jóvenes que cargan con
atributos propios de las fiestas características de cada mes. Después, en época
romana, los atributos se multiplicaron con frutos, vientos dominantes, fiestas
y dioses protectores. Desde el s II d.C. se empiezan a imponer las temáticas agrícolas,
que dominarán durante el medievo.
Hablemos ya de las Horas. Hesíodo, en “Los trabajos y los días”, nos cuenta
que eran tres hermanas hijas de Zeus
y Temis, que significa ‘Ley de la
Naturaleza’. Desde los estudios actuales podemos definirla como un principio
natural. Anotemos que Temis era uno de los hijos de Gea y Urano, así pues, una
Titán, y que pocos de ellos fueron venerados en santuarios específicos en la
época clásica. Temis era considerada tan antigua que algunos aseguraban que
también era la madre de las Parcas. Sorprendentemente, el mismo mito y texto de
la creación nos habla del nacimiento de Hémera
(el Día) y Éter (la esfera más alta del
cielo; la claridad del mundo superior) de la unión de Nyx (la Noche) y Érebo
(tinieblas del Tártaro). En verdad no se contradice, sino que demuestra que la
monumentalidad del poema de Hesíodo se mantuvo durante toda la antigüedad de un
modo más sencillo, más simple en una religión naturista primitiva, en la cual
muchas figuras y personajes se difuminarán o incluso se fusionarán con
entidades más importantes o dominantes.
Dichas hermanas eran:
Eunomía; Buena Forma o Disciplina.
Dike; Justicia.
Irene; Paz.
Claramente se aprecia la vinculación con su madre y la preservación del
transcurso del ciclo natural. A las tres hermanas gustaban de vivir en la
naturaleza donde Pan, dios de los bosques y rebaños, gozaba de su compañía.
De hecho, horai significaba en
griego “en su ocasión, o tiempo oportuno”, estaban muy vinculadas a
las Gracias y a menudo eran representadas todas juntas alrededor de Venus,
acudiendo a bodas míticas o presentando dones extraordinarios a personajes
recién nacidos muy importantes. Por eso, cuando aparecen las horas en el mundo
griego lo hacen siempre en grupo, como las Moiras
o las Musas, pero insistimos: a menudo son confundidas con las Gracias.
Con el tiempo se intentó darles un sentido más preciso, pero sin huir de su
primera razón de existir, pues seguían estando vinculadas al ciclo natural. En
Atenas encontramos a Thalló (brote) Auxó (crecimiento) y Karpó (fruto) y con ello trascendieron
al calendario agrícola en el s. IV a.C., cuando empezaron a ser representadas
en el séquito de Proserpina y Cibeles. En el Olimpo, las Horas vigilan las
puertas de la mansión divina y son servidoras de Hera, a quien criaron.
Vinculadas ya con los ciclos anuales de la naturaleza, solo estaban a un paso de
ser relacionadas con el disco solar y el paso del tiempo; pronto las podemos
ver madurando las uvas o preparando el carro de solar. En el s III a.C. Ovidio
tiene clara la que será su iconografía helenístico-romana definitiva:
Las Horas que vemos representadas en el arte no estuvieron nunca
relacionadas con el cómputo exacto del paso del tiempo, pues siempre fueron
figuras alegóricas, representadas como muchachas graciosas portando algún
elemento vegetal, eran seres abstractos sin personalidad ni historia.
Hora (ὥρα), en la significación de la hora, es
decir, la 12ª parte del día natural, no entró en uso general entre los antiguos
hasta cerca de la mitad del siglo II a.C. Las horas equinocciales, aunque
conocidas por los astrónomos, no fueron utilizadas en los asuntos de la vida
común hasta finales del siglo IV de la era cristiana. La división del día fue
marcada muy groseramente por la posición del sol (Varro, L. L. 6.89).
Como la división del día en doce partes iguales,
tanto en verano como en invierno, hace que la duración de las horas sea más
larga o más corta de acuerdo con las diferentes estaciones del año, no es
fácil, con precisión, comparar o reducir las horas de los antiguos a nuestras
horas equinocciales. Las horas de un día antiguo solo coincidirían con las
horas de nuestro día en los dos equinoccios. Como la duración del día natural,
además, depende de la altitud polar de un lugar, nuestros días naturales no
coincidirían con los días naturales en Italia o Grecia. Ideler, en su Handbuch der Chronologie, ha dado la siguiente
duración aproximada de los días naturales en Roma, en el año 45 a.C., que fue
la primera después de la nueva regulación del calendario por J. César; la
longitud de los días sólo está marcada en los ocho puntos principales en el
curso aparente del sol.
También de Plauto (Pseud., 1307) vemos que una
hora en invierno era más corta que una en verano.
Sin embargo, para entender las Horas debemos
hablar también de los días, y estos podían ser entendidos de dos maneras
distintas; como Dies Civiles o Dies Naturalis.
Nosotros definiríamos al antiguo Día civil como
día astronómico, o sea, lo que tardaba el sol en dar la vuelta a la tierra
según los antiguos. El día civil, así pues, contaba las horas de sol y las de
noche. Para los atenienses se iniciaba con la puesta del sol, y con los romanos
(como con los egipcios e Hiparco) a media noche; con los babilonios al alzarse
del sol, y con los umbrianos a mediodía (Macrob, l.c, Gellius, 3.2.)
El día natural (Dies naturalis), en cambio, era el tiempo desde el ascenso hasta la
puesta del sol, tuvo diferentes subdivisiones antes de emplear el término horas,
y dichas subdivisiones cambiaron con las épocas y no fueron siempre las mismas
entre los griegos y los romanos. Trataremos de dar un breve relato de las
diversas partes en que fue dividido por los griegos en los diferentes períodos
de su historia, luego procederemos a considerar sus divisiones entre los
romanos.
En tiempos de Homero, el día solo se dividía en
tres partes:
1) Mañana o inicio del día y de la luz.
2) Mediodía, cuando creían que el sol se quedaba
inmóvil en el cielo.
3) Tarde o declinar del sol hasta la noche.
La primera y última de las divisiones hechas en
la época de Homero se subdividieron después en dos partes. La mañana se dividió en dos, siendo su mitad lo
que para nosotros sería de las 9 o 10 horas hasta el mediodía. No conocemos
exactamente las dos partes de la tarde. Esta división se siguió observando hasta
el último período de la historia griega, aunque otra división más exacta, y más
adaptada a los propósitos de la vida común, fue introducida en un período
temprano -quizás por Anaximandro. Se dice que los griegos, familiarizados ya
con el uso del cronómetro de Babilonia o reloj de sol, dividieron el día
natural en doce espacios iguales de tiempo. El nombre horas (ὧραι), como ya hemos comentado, no entró en uso general
hasta un período muy tardío, y la diferencia entre las horas naturales y
equinocciales fue observada por primera vez por los astrónomos alejandrinos.
Durante los primeros tiempos de la historia de
Roma, cuando los medios artificiales de división del tiempo eran aún
desconocidos, los fenómenos naturales de aumento de la luz y la oscuridad
formaron en el caso de los romanos, como en el caso de los griegos, el nivel de
división, como vemos en las expresiones vagas en Censorinus (de Die Nat. 24).
Plinio declara (HN 7,12) que en las Doce Tablas solo se mencionaban la
elevación y el establecimiento del sol como las dos partes en las que se
dividía el día, pero de Censorinus y Gellius (17,2) mediodía (meridies) también fue mencionado. Varro
(L. L. 6.4, 5) e Isidoro (Orig. 5.30 y 31) también distinguían tres partes del
día, a saber: manes, meridies y suprema. La Lex Plaetoria prescribía que un heraldo proclamara la
suprema (hora novena) en el comitium,
para que la gente pudiera saber que su reunión iba a ser suspendida (Varr. L.
L. 6.5) y también se ordenó que un oficial consular desde la Curia proclamara
la hora del mediodía (hora sexta), cuando el sol se situaba entre la Rostra y
la Graecostasis.
La división del día en doce espacios iguales, que
aquí, como en Grecia, eran más cortos en invierno que en verano, fue adoptada
en el momento en el cual se introdujeron medios artificiales para medir el
tiempo.
El año 293 a.C., L. Cursor Papirius, antes de la
guerra con Pirro, trajo a Roma un instrumento llamado solarium horologium, o simplemente solarium (Plaut., P. Gellium, 3.3.5, Plin, Nat. 7.212).
En 263 a.C., M. Valerius Messala trajo uno que
había tomado en la captura de Catina; y aunque este era incorrecto, habiendo sido
construido para un lugar 4 grados más al sur que Roma, estuvo en uso durante 99
años, antes de que el error fuera descubierto.
En 164 a.C., el censor P. Marcius Philippus tenía
el reloj solar más exacto construido; pero era inútil en los días nublados (Plin
lc.). Por eso, Scipio Nasica erigió en 154 a.C. una clepsidra pública, que
indicaba las horas de la noche, así como del día (Censorín, 100.23).
En la vida cotidiana se utilizaban numerosos
términos para designar las diferentes partes del día, sobre todo de carácter
general y algo vago (Cf. Varr. LL 6.4-7, Servius en Aen. 2.268, 3.587, Isidor,
5.31, 32.)
En la Grecia del s IV a.C. y hasta el mundo
romano, la sombra del reloj de sol se medía en pies, que probablemente estaban
marcados en el lugar donde caía la sombra. El gnomon es mencionado casi sin
excepción en relación con el baño, hacia la puesta del sol, momento en que la
sombra del gnomon medía 10 o 12 pies. Los personajes de Aristófanes en “La
asamblea de mujeres” (392 a.C.) reconocen precisamente las horas por la
longitud de la sombra del gnomon.
PRAXÁGORAS: Los esclavos, tú no tendrás otro
quehacer que acudir limpio y perfumado al banquete cuando sea de diez pies la
sombra del cuadrante solar (650).
me corro con ese cuadro me pone mucho
ResponEliminame gustas
ResponEliminame gustan los enanos con sida como mi amigui marcos:) id :marquetes_38 ,hechale unos pvp y te regala una skin
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