Concibiendo una
ciudad romana, principios básicos.
Ubicadas
generalmente cerca de vías de comunicación naturales o desarrolladas por el
hombre, es cierto que las ciudades romanas ex
novo del s. I tenían una planificación hipodámica u ortogonal, legado
militar para limitar y proteger un recinto que ya estaba prediseñado desde un
primer momento, pues ya se había calculado la extensión de los espacios vitales
de la ciudad y la densidad de su población. A vista de pájaro, estas ciudades
se parecerían a una tableta de chocolate, rodeadas por murallas, con sus
manzanas de casas separadas por calles perfectamente paralelas cortadas por
otras perpendiculares igual de perfectas en su recorrido. Dichas vías eran
conocidas como cardos y decumanos, las primeras orientadas de norte a sur, las
segundas de este a oeste, y todas tenían el mismo nombre pero se reconocían
precisamente por su posición respecto al sol. Sólo dos de ellas tenían nombre propio, el cardo
máximo y el decumano máximo, calzadas principales que tenían unos ocho metros
de ancho (el doble que el resto de las calles). Para Vitruvio -uno de los padres
de la arquitectura moderna-, la altura de los edificios no debía sobrepasar el
doble de la anchura de la calle porque, de ser así, se privaba de luz al resto
de la ciudad, provocando un hacinamiento insalubre. Estos conceptos pronto quedaban
obsoletos, cuando la ciudad ya no podía crecer dentro de las murallas y se veía
obligada a crecer a lo alto.
En los diez libros
de la arquitectura del ya mencionado Vitruvio, se nos indica que se debe buscar
una orientación templada, lejos de zonas pantanosas, para evitar que lleguen
las pestilencias de sus bestias. Si no se podían evitar los cenagales, se
drenaban contactándolos con el mar para purgar sus aguas y se reducía su fauna
por la salinidad marina. Tampoco sería saludable que una ciudad junto al mar
estuviese orientada al mediodía, porque los amaneceres en verano ya son fuertes
y al mediodía la ciudad se abrasaría. Por otro lado, si se orienta a occidente,
el sol de mediodía agobia y por la tarde será ardiente.
Con estos cambios de
temperatura, Vitruvio reconoce que todos los seres vivos acaban alterándose.
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