Son numerosos los
artículos sobre las domi romanas, sobre
sus estancias y costumbres. Nos suelen fascinar por su riqueza y boato, sin
embargo toda vivienda comparte el mismo tipo de elementos habitualmente
ignorados, las puertas.
Generalmente la única
mencionada es la puerta principal, aquella barrera que separa la transitada
calle de la intimidad doméstica. Recordemos que el vestibulum, no era un pasillo, sino un corto tránsito al atrio, este
patio interior era el centro de proyección social de la familia y el corazón
tradicional de la casa romana adinerada. Dichas puertas recibían diferentes
nombres: fauces, si te dirigías a la
casa desde el exterior para ser engullido por esta. Foris, “exterior” si el recorrido era inverso. También denominadas
como ianua, las puertas solían ser
altas de madera, y si la riqueza lo permitía de bronce remachado, en verdad las
hojas de la puerta propiamente dichas eran las valvae. Solo las mansiones del más alto estatus podían permitirse
abrir dichas hojas ocupando el espacio público de la calle.
Su antítesis serían las
puertas interiores u ostium, y las
puertas exteriores de servicio o posticum,
siempre relacionadas con actividades secretas o indignas. De echo en el
interior de las domi faltaban muchas
puertas sustituidas por cortinas, como también sucedía en las viviendas más
humiles.
La intimidad de la casa a
menudo era protegida no sólo por mosaicos de perros guardines, sino con
porteros cuya fama era tan proverbial como los vigilantes de las discotecas
actuales. En verdad la barrera que suponía la puerta se convirtió en un tópico
literario de la separación entre los amantes o de queja de los clientes. Pero
hubo puertas que fueron excepciones, como las de los tribunos de la plebe que
siempre debían permanecer abiertas para facilitar el auxilio de su pueblo. Recordemos
también que cuando el estado iniciaba una guerra, las puertas del templo de
Jano tampoco se cerraban hasta que concluía.
Hablando de templos, el
termino porta solamente se utilizaba
para las grandes puertas de templos, murallas o campamentos. Las puertas de la
ciudad a diferencia de la muralla no eran consideradas sagradas debido a las impurezas que transitaban por ella (como
los cadáveres), quizás por eso necesitaban de una protección especial, un
portero divino, y este era Jano. Jano, en sí mismo es un concepto complejo,
protege las entradas y salidas, los cambios, la mutación de lo joven a lo viejo,
la comunicación entre dos mundos; el exterior y el interior, el público y el
privado.
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