dijous, 17 de desembre del 2015

La vida secreta del “otro” Esopo


Ya en la antigua Grecia se consideraba a Homero el padre de la literatura épica, y a Esopo el primer gran autor de la fábula. Estos relatos cortos con finalidad moralizante consagraron a Esopo como retratista de la plebe y de las debilidades humanas bajo aspecto de animales. Pero igual que el mismísimo Homero, parece ser que el fabulista tampoco fue un personaje histórico verídico, aunque podamos leer La Vida de Esopo publicada en el s. XIV por Maximus Planudes, monje que asegura recopilar en su obra un texto anterior a Platón.

En realidad no sabemos quién fue y, en las siguientes líneas, intentaremos por lo menos aproximarnos a su figura. De momento y que lo tengamos claro: no fue un cuentista infantil, sino un escriba de la sabiduría popular de su época.

Única imagen de Esopo pintada en un Kyrix.

El texto de La Vida de Esopo es una recopilación de relatos fantásticos acerca de una figura ya legendaria. Estudiosos serios como Aristóteles trataron de separar la realidad de la ficción y llegaron a la conclusión de que Esopo no era de Frigia (Asia Menor), como se creía en esa época, sino que en realidad era nativo de la ciudad de Mesembria, en la costa griega de Tracia, trasladándose más tarde a la isla de Samos. Su vida debió de transcurrir en la primera mitad del siglo VI a. C., y algún indicio sitúa su muerte en el 564 a. C.

Parece ser que Esopo fue capturado y convertido en esclavo. Pero da la impresión de que llevó una vida de escribano o de secretario personal. Al parecer, poseía un gran ingenio, y tenía fama de contar historias de animales en el curso de debates y negociaciones para con ellas marcarse tantos de una gran inteligencia que dejaba impresionados a sus contemporáneos. Se convirtió así en un nombre legendario, en torno al cual se aglomeraron todas esas fábulas ingeniosas en los siglos posteriores, por lo cual es probable que la mayoría de las que se han conservado no fuesen escritas por él.

La popularidad de Esopo se demuestra también en el hecho de que Platón haga constar que Sócrates decidió poner en verso algunas de sus fábulas mientras aguardaba su ejecución en la cárcel (Fedón, 60b).

Pero quienes mostraron la estima más profunda por Esopo en la época griega fueron Aristóteles y su escuela. Aristóteles era un metódico coleccionista de acertijos, proverbios y folclore. Seguramente coleccionaba sus fábulas de la misma forma en que recopilaba todo lo demás. Sin duda por mediación de su sobrino Calístenes, quien acompañó a Alejandro en sus expediciones militares, parece ser que Aristóteles adquirió El libro de Ahikar, de origen asirio, que incluía fábulas en algunos casos relacionadas con las de Esopo. Un colega de Aristóteles, Teofastro, publicó un libro con ese título (Akicharos, en griego), al parecer una traducción griega comentada por él (hoy en día completamente perdida). Un discípulo de Teofastro, Demetrio Faléreo, reunió entonces una colección de fábulas de Esopo —aproximadamente un centenar— que se convertiría en la colección canónica durante los siglos posteriores. Si no fuera por la labor de Demetrio, la mayoría de los textos de Esopo que conocemos en la actualidad sin duda se habrían perdido. La inclusión de estas fábulas de origen oriental explica indudablemente la presencia de muchos animales de sus historias, animales que no son en absoluto propios de tierras griegas, como gatos, leones o elefantes.

Camaleón, amigo de Demetrio, hizo un estudio de las llamadas Historias libias, que Aristóteles considera en su Retórica (II, 20, 1392b); se trata de otra colección de fábulas, pues las menciona al hablar de material útil para los discursos, «como las fábulas de Esopo, o las de Libia». Algunas de estas Historias libias parecen haber perdurado en la presente colección de Esopo. Camaleón, en una obra ya perdida (cuyos fragmentos fueron Alberta Lorenzoni), señalaba a Kybissos o Kybisses como el autor de Historias libias.Camaleón prosiguió con su estudio de las fábulas de diversas tierras, atribuyendo a un hombre llamado Thouris la autoría de ciertos Cuentos sibaritas, que eran también fábulas (son los Chistes de Síbaris que mencionaba Aristófanes en Las avispas), y a otro su parte de fábulas procedentes de Frigia y Egipto.

B. E. Perry es uno de los mayores expertos esópicos y considera que las verdaderas fábulas de Esopo son seguramente las que contienen elementos mitológicos. Un ejemplo sería la fábula 108, Zeus y los hombres.

Este tipo de fábulas tienden a combinar mitos extraños acerca de cómo o por qué algo llegó a ser como es con un giro divertido, aunque posteriormente algunas fábulas llegasen a «desmitologizarse» con el paso del tiempo. Un ejemplo perfecto es la fábula 8, que presenta a la tierra engullendo el mar, aunque sabemos por la Meteorología de Aristóteles (III, 356b II) que en la versión original era Caribdis, y no la tierra, quien engullía el mar.


A medida que la cultura griega evolucionaba, la gente se volvía menos devota y los viejos mitos ya no poseían ninguna mística particular. Las fábulas, por tanto, tendieron a desprenderse de sus elementos mitológicos originales, y las neutrales fuerzas de la naturaleza ocuparon su lugar. En resumen, este tipo de relato se fue volviendo cada vez más mundano y corriente, y perdió gran parte de su cualidad arcaica. Detectar esta evolución ayuda a hacernos una idea, entre otras cosas, de lo antigua que podría ser una fábula en concreto, y de si podría ser o no realmente de Esopo.

Es necesario hacer algunas puntualizaciones sobre las moralejas. A la mayoría de lectores les resultará evidente de inmediato que éstas a menudo parecen tontas e inferiores en ingenio e interés a las propias fábulas. Algunas son realmente pésimas, incluso una idiotez. Las añadieron con posterioridad los coleccionistas de las fábulas, de modo que, tradicionalmente, van separadas de estas e impresas en cursiva.

No todas las fábulas llevan moraleja, pero sí la mayoría. De vez en cuando, nos topamos con alguna realmente culta y valiosa, como la que acompaña a la fábula 21: «Así, muchas veces, lo que no se consigue con el trabajo, lo concede el azar». Este tipo de moralejas se añadieron con un espíritu más filosófico. Pero las que comienzan con un «La fábula muestra que...» podemos darlas por obra de oradores y retóricos que coleccionaban estos textos para usarlos en sus discursos. Estos textos estaban pensados para servir de guía a alguien que hojeara la colección en busca de una historia para un uso particular. Seguramente debamos la conservación de las fábulas a este uso práctico por parte de oradores y retóricos, así que no deberíamos echarles en cara sus moralejas.

Las fábulas originales están muy alejadas de los cuentos edulcorados para niños que muchos quizá crean que son. La mayoría de las ediciones infantiles de Esopo están seleccionadas con sumo cuidado y sus historias tan reescritas y alargadas que no tienen más que una conexión muy vaga con él. Y es que las fábulas no son esas bonitas proveedoras de moralejas victorianas que nos han hecho creer, sino relatos despiadados, toscos, brutales, sin rastro alguno de compasión, y sin otro sistema político que no sea la monarquía absoluta. Con una sola excepción, los reyes son tiranos.

Éste es en gran medida un mundo de hombres brutales y sin corazón, lleno de malicia, de perversidad, de asesinato, de traición, de engaño, de risas ante la desgracia de los demás, de burla y de desprecio. Es también un mundo de humor despiadado, de ingenio diestro, de inteligentes juegos de palabras, de ser siempre el más listo.

No parece que hubiera ningún consenso público y general por el cual la compasión fuera algo deseable. Hoy en día también hay mucha violencia y corrupción, pero entre todo ello hay asimismo el consenso generalizado de que está bien ser cariñoso, preocuparse por los desafortunados, echar una mano a nuestros vecinos y acudir en ayuda de alguien en peligro, que pudiera estar ahogándose o a punto de ser asesinado. Pero no parece que estas actitudes estuvieran presentes en la Grecia de Esopo, salvo en el caso de algún que otro individuo en particular.

Parece que la ley de la jungla prevalecía en el mundo de los hombres tanto como en el de los animales, quizá por eso las fábulas eran tan apropiadas. Los relatos de Esopo nos proporcionan atisbos fascinantes del día a día en la antigua Grecia y los detalles emergen de objetos de uso cotidiano en historias que nos introducen en los hogares de la gente: cómo se trataban a las mascotas, cómo se consentía a los hijos, cuán supersticioso era todo el mundo, etc. Estos atisbos nos permiten una comprensión de la vida en la antigua Grecia que no encontramos leyendo a Platón o a Tucídides. Aquí vemos cara a cara a los campesinos, a los comerciantes y a la gente corriente, sin mezclarnos con las clases cultas.

Su éxito como vehículo de comprensión del mundo y de la sociedad se mantuvo en el mundo romano en un largo periodo de la historia, sin rastro de empatía social. En las escuelas de Esopo, eran los grandes recursos del profesor, junto a los siete sabios de la antigüedad; los Sancho Panza de la antigüedad clásica: no recurrían a refraneros anónimos, sino a la sabiduría esópica.


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